Cuatro tipos de una big four están esperando a Mengano, su cliente, para comer. El socio veterano quiere impresionar a los consultores jóvenes. Dice: «le voy a llamar a Mengano cerdo a la cara. Y me va a dar la razón y puede que hasta las gracias. Vais a ver.» Mengano es obeso, suda mucho y tiene una enfermedad dermatológica, así que los juniors están entre nerviosos y catalépticos de anticipación.
Mientras comen, el socio veterano cuenta la siguiente anécdota: «En el desayuno, la gallina se involucra y el cerdo se compromete. Mengano, tú eres el cerdo. Porque la gallina pone un huevo y se marcha a otra cosa, pero el cerdo da su vida por los huevos con tocino. Amigo mío, en tu empleo, tú lo das todo.» Mengano le da la razón. El socio consultor ha cumplido su palabra, pero todos tienen la sensación de saberse engañados sin derecho a reclamar.
El cuento del cerdo y la gallina es un clásico. Para amenidad de los que lo conocéis, lo he aderezado con la anécdota verídica (me la contó uno de los juniors que la vio en persona, pero no daré más detalles). Lo esencial del cuento es que, si estás emprendiendo, tienes que cumplir dos reglas. Primera, que tienes que poder aportar algo esencial a tu proyecto. Segunda, que las partes esenciales de tu proyecto tienen que estar ejecutadas por gente que lo haga suyo. Llamémoslas las reglas de la cerdería.
Por BerriUp pasan doscientos proyectos al año. Muchos adolecen de ser poco gorrinos: el emprendedor tiene una buena idea, pero necesita subcontratarlo casi todo porque no sabe gran cosa del asunto y el plan de negocio inicial quema casi toda la pasta en proveedores de servicio sin que, por otro lado, haya una clara generación de patrimonio o de retorno. Lo que está ocurriendo es que el emprendedor no encuentra dónde aportar. Debería buscarse un proyecto donde tenga más espacio… o bien debería buscar amigos cerdos. Eso nos lleva al segundo problema: no dejar que el equipo haga de cerdo.
La infracción de la segunda regla de la cerdería es más habitual en las etapas intermedias de un proyecto, cuando el equipo debe crecer para atender demandas mayores. Hay poco presupuesto y la tentación es tirar por lo baratillo. La startup está aún verificando su modelo de negocio y sentando las bases de lo que esperamos sea un negocio boyante. ¿Puede hacerse pagando poco? Permítanos dudarlo. Hace falta gente veterana diseñando el servicio o producto sin generar deuda técnica o sin meter el proyecto en un atolladero. Ante la falta de fondos para pagar sueldos de mercado, es entonces cuando se piensa en pagar con participaciones. Y entonces, de repente, nuestro joven equipo emprendedor se convierte de golpe y porrazo en un grupo de empresarios suspicaces que mira desconfiadamente a… los empleados.
Porque, claro, a ver a quién metes en tu casa, ¿no?
Pues es cierto, sí, pero el éxito de un emprendimiento se debe no solo al olfato para los negocios de su fundador, sino, también, a su capacidad de ser generoso, de encontrar gente valiosa y ser capaces de comprometerlos en un proyecto. Es decir, de ser capaz de compartir proyecto y ceder parcelas, de delegar la autoridad, y de fiarse de los demás. Cuántos negocios estupendos se han malogrado por cabezonería mesiánica, por las ganas de ser la persona providencial o por la desconfianza enfermiza y la inseguridad personal.
Los proyectos funcionan si tienen sentido y si los ejecuta una piara de cerdos. Por eso hay que ser cerdo y dejar que otros lo sean. Aunque la idea original fuera solo tuya. Sé más cerdo y deja cerdear a los demás. Te irá bien. Eso es todo, amigos…
SOBRE STEN
Sten es consultor de negocio y transformación digital. Está especializado en aterrizaje de proyectos, diseño temprano, y transformación digital orientada a procesos de negocio.
Lleva 18 años diseñando apps y portales para bancos, administraciones públicas, empresas de seguros, industria, salud, medios de comunicación, museos y negocios en general. Ha asesorado a más de 30 startups en España y Perú.